Comentario
La industria más significativa de todo el Medievo fue, sin duda ninguna, la textil. En los siglos finales de la Edad Media se benefició de una importante novedad técnica, la rueda de hilar. Dicho instrumento ya era conocido en la segunda mitad del siglo XIII, pero su uso sólo se propagó en el transcurso del XIV, por más que su implantación definitiva no tuviera lugar hasta la decimoquinta centuria. De todas formas el mapa textil europeo experimentó en la época que nos ocupa algunas variaciones importantes con respecto al de periodos anteriores. Tradicionalmente se ha venido hablando de un retroceso de la industria textil de Flandes. Sería el precio que pagó aquella región tanto por el estallido de la guerra de los Cien Años como por el cierre de las importaciones de lana procedente de Inglaterra. En cualquier caso es preciso ser muy cautos a la hora de contemplar lo ocurrido en la producción flamenca de tejidos a fines del Medievo. Ciertamente puede hablarse de retroceso, en lo que a la fabricación de tejidos se refiere, en algunas ciudades del sur de Flandes, casos de Saint-Omer, Ypres, Douai, Arras o Lille. Estas urbes intentaron hacer frente a las dificultades poniendo trabas crecientes a la producción textil de los núcleos rurales y, en general, fomentando las medidas monopolísticas. Pero el éxito, ciertamente, no las acompañó. Ahora bien, no es menos cierto que, al mismo tiempo, otros centros fabriles que hasta aquella época apenas habían destacado conocieron, a partir del siglo XIV, un notable progreso. De todas formas lo más significativo, siempre pensando en lo acontecido en los siglos finales de la Edad Media, fue el auge de la pañería de territorios vecinos de Flandes, como el Hainaut, Lieja, Brabante u Holanda. Así se explica que desde finales del siglo XIV comenzaran a adquirir relieve en el comercio internacional, entre otros, los paños de Amsterdam, Leyden, Harlem y Rotterdam, todos los cuales suponían una novedad.
Si pasamos de Flandes a otras regiones europeas que contaban desde el pasado con una producción de tejidos significativa encontraremos un panorama muy diversificado. Italia, en términos generales, conoció en los siglos XIV y XV una expansión de la pañería, mas no sin notables altibajos. Recordemos lo sucedido en Florencia. A mediados de la centuria, según el testimonio del cronista Villani, salían de los talleres florentinos entre 70.000 y 80.000 piezas anuales, pero en los años de la revuelta de los "ciompi", debido a numerosos factores, entre los cuales el clima de agitación en que vivió la ciudad del Arno, la producción era inferior a las 24.000 piezas. La respuesta de Florencia, en el siglo XV, fue la dedicación preferente a la fabricación de tejidos de más calidad, de forma que su mayor precio pudo compensar sobradamente el descenso del número de piezas producidas. En Francia, por el contrario, las cosas no fueron tan bien. La guerra de los Cien Años afectó de manera negativa a la pañería francesa, aunque no es menos cierto que desde mediados del siglo XIV ya se anuncia una indiscutible recuperación en la producción textil de regiones como Normandía, Champagne o el Languedoc, sobresaliendo entre todas la pañería de Toulouse. Por lo que respecta a las tierras imperiales la ciudad más pujante en el capitulo de la producción textil era, sin discusión, Friburgo. Un testimonio de la época, que hay que tomar, no obstante, con sumo cuidado, señalaba que casi la mitad de los habitantes de Friburgo trabajaban a mediados del siglo XV en la pañería. También era importante la fabricación de paños en ciudades como Nuremberg o Augsburgo.
No obstante, lo más significativo de la industria textil europea de los siglos XIV y XV fue la incorporación de nuevos focos productivos. El más importante de todos lo constituye Inglaterra. Desde su vieja posición de potencia exportadora de lana Inglaterra se convirtió, en un periodo de tiempo relativamente breve, en un país productor de tejidos. El proceso se inició a fines del siglo XIII, en tiempos del monarca Eduardo I. Al objeto de disponer de materia prima abundante, Inglaterra no sólo dejó de exportar lana a Flandes, sino que incrementó la ganadería ovina. Al mismo tiempo fueron llamados artesanos flamencos, que se desplazaron a Inglaterra para poner en marcha la pañería de aquel país. Lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XIV los paños ingleses eran ya muy estimados en toda Europa. Hubo, ciertamente, un estancamiento de las exportaciones en los inicios del siglo XV, a causa de los conflictos internacionales, pero la pañería inglesa salió pronto del bache. Por lo demás la producción textil de Inglaterra, que supo adaptarse con gran rapidez a las novedades técnicas, se caracterizaba por su gran dispersión geográfica. Los principales centros productores eran, al filo del año 1400, Bristol, Salisbury y Winchester.
También data de estos siglos los inicios de la pañería en tierras catalanas. Las más antiguas ordenanzas conocidas que tengan relación con la producción textil son las de los trabajadores de la lana de la ciudad de Barcelona, fechadas en el año 1308. Unos años después ya habían adquirido justa fama los "paños negros" de Perpiñán, pero también los tejidos de Tarrasa, Barcelona, Puigcerda o Vic. Por lo demás, pronto comenzó Cataluña a exportar tejidos, básicamente en dirección al norte de África y hacia las islas del Mediterráneo, es decir, hacia las áreas por donde discurría su expansión política. En cambio la Corona de Castilla, gran productora de lanas, en su mayor parte exportadas, no consiguió despegar como potencia textil. Sin duda, en el siglo XV había núcleos de cierta solidez en lo que a la pañería se refiere. Tales eran, por ejemplo, los casos de Toledo, Cuenca, Segovia, Murcia o Úbeda, ciudades en donde se fabricaban tejidos para el consumo local. Pero en lo esencial Castilla era, en el siglo XV, importadora de tejidos.
La materia prima más importante en las manufactures textiles era la lana. Pero también se trabajaban otras material, particularmente el algodón, el lino, el cáñamo y la seda. El algodón procedía de Oriente o del norte de África, pero también se cultivaba a fines de la Edad Media en algunas regiones del sur de Europa. El trabajo con el algodón se localizaba preferentemente en Italia, con centros de tanto relieve como Cremona, Pisa o la misma Florencia. Un género que alcanzó gran popularidad en la época fue el fustán, mezcla de algodón y de lana. No obstante, en la decimoquinta centuria la industria algodonera estaba comenzando a prosperar en otras regiones, ante todo en el mundo germánico. Por lo que al lino se refiere los núcleos que más sobresalían se hallaban en los Países Bajos, Flandes o Brabante. En el Imperio el lino se trabajaba en ciudades como Augsburgo, Ulm o Constanza.
Paralelamente experimentó un bajón la lencería francesa, si bien la producción de Reims siguió gozando de gran predicamento. La industria del cáñamo se localizaba en primer lugar en regiones occidentales de Francia, como Normandía, Bretaña o el Poitou. La industria de la seda, por su parte, conoció un notable auge, debido al consumo creciente de paños de esa materia por parte de los sectores aristocráticos. El principal centro productor de tejidos de seda seguía siendo la localidad italiana de Lucca, pero la industria penetró asimismo en otras ciudades, como Florencia, Siena, Génova, Venecia o Milán. Para corroborar la importancia que llegó a alcanzar la sedería es suficiente con que recordemos el papel que tenía el "Arte de la seda" en Florencia, con más de 80 talleres a mediados del siglo XIV. Por lo demás los tejidos de seda proporcionaban, según todos los indicios, beneficios muy altos, sin duda superiores a los de la lana. Los datos publicados por R. de Roover, a propósito de la familia Médici, ponen de relieve cómo, a mediados del siglo XV, la tienda de sedas les daba unos beneficios del 16 por 100 anual, en tanto que la de lana sólo proporcionaba un 6 por 100. También había importantes centros sederos en tierras hispanas, principalmente en Valencia, en zona cristiana, y en Granada, en territorio musulmán.